CURA DE FUEGO
Al llegar a la
dirección impresa en el informe una inconfundible vergüenza se hizo presente.
― ¡Frank! Creo que los del departamento se
han equivocado, es imposible que el sujeto en cuestión esté allí adentro, sin
embargo tomaré previsiones, pues nunca se sabe.
― ¡Vamos Rikembaker!, no es para tanto,
anda desactiva tu traje de lucha, harás que todos los devotos se infarten.
― No creerás
que entraré allí como un simple mortal, sin esta panoplia de seguro me
consumiría al instante.
― ¡Quien lo
habría pensado!, ahora mi compañero resultó ser descendiente del célebre
Nosferatu.
Apresuramos
el paso hacía la iglesia, como era de esperarse al entrar causamos
la huida de todos los fieles, por cierto, no sin antes que uno en particular manifestara su descontento, así
lo dejó bien claro una viejecilla cuando se refirió a nosotros como a unos
grandísimos sin vergüenzas, para luego soltar un buen bastonazo, lo negativo es
que quien lo recibió no portaba protección alguna, ¡correcto! Su servidor.
― Ves, nunca se sabe.
― Tienes razón, sin embargo, no tuviese parte de la frente como cachete de
trompetista si hubieras entrado como una persona normal. Cuando el
cura te vea va a verterte toda el agua bendita que tenga a la mano.
―Al menos no
mojará mi ropa.
Las cortinas ubicadas detrás del
altar empezaron a moverse, alguien había estado observándonos detrás de ellas y
no había querido dar la cara, no era para menos, quien no tomaría tal actitud
al ver a dos tipos como nosotros en una iglesia a las diez de la mañana.
― Vamos
sabemos que estás ahí, sal de una vez ― grité.
― Frank, ¿por qué no te pones cómodo y activas tu traje?, con esta gente nunca se sabe,
cualquier cosa puede pasar.
― ¿Que hacen
aquí? ¡Esta es una casa santa! ―dijo el cura cuando salió de su escondrijo,
“las cortinas”.
― Lo
sabemos, pero nos urge hablar con usted ―espetó Rikembaker.
― No hay
nada aquí para gente como ustedes ¡Váyanse!
Rikembaker
se posó frente al altar, enseguida temí lo peor.
― ¿Quién es
usted para venir a la casa de Dios ataviado con tan espantosa cosa?
―Padre, creo
que la pregunta es: ¿Quién es usted para andarse por ahí en faldas por la casa
de Dios? Buscamos a Ruster Klein, él es el motivo de nuestra visita, ¡a por
cierto! Aprovechando la ocasión le confieso que he pecado mucho, y seguiré
haciéndolo si no responde a lo que muy amablemente le acabo de preguntar.
―Al parecer
es imposible que entiendan por las buenas, llamaré a la policía.
― Le advierto que si intenta hacerlo la cosa se pondrá muy fea.
―Y yo les advierto que si intentan hacerme daño la pagaran caro.
―¿Que hará? ¿Nos echará su agua bendita? ¡Qué miedo!
―¡No!, se pudrirán en la cárcel.
―A ver, no queremos quitarle más tiempo, solo queremos hablar con el señor Ruster e irnos de aquí, él es Rikembaker y yo soy Frank, somos de la policía así que no será necesario llamarla.
― Soy el
párroco Arman Bertonini, me lo hubieran dicho antes, nos hubiéramos ahorrado
tan bochornosa escena. Han venido al lugar correcto, Ruster habita aquí en la
curia, con gusto les llevaré hasta él, pero antes quiero que me diga si ese
traste parlante que anda con usted es seguro.
―No se
preocupe por él, es solo una máquina, puedo controlar su actuación, le aseguro que bajo mi mando no le haría daño ni a un gatito.
―¡Ah sí!
Pues más vale que no, ya que tenemos varios en la curia―expresó sonriente.
― No es para
menos, con tantas ratas… ―masculló Rikembaker.
Caminamos
hasta llegar a la habitación de Ruster, quien resultó ser un jodido cura.
―Esperen
abriré la puerta― dijo el cura después de golpearla varias veces.
Cuando iba a insertar la llave dentro de la
cerradura Rikembaker le detuvo.
― Padre si
quiere conservarse intacto más vale que no abra esa puerta, su protegido ha
plantado una bomba en la recamara, si abre esa puerta es hombre muerto, ahora
si quiere reunirse con Dios en este maravilloso día adelante puede proceder,
créame no soy quien para detenerle.
― ¿Hablas en
serio?
― ¡Así es
Frank! Además está vacía, acabo de escanearla.
― Cura, cuándo llegamos estaba usted detrás de las cortinas, ¿no es así?
― ¡Si! Me
preparaba para atender a mis feligreses.
― Díganos, ¿Con
quién estaba?
― ¡Solo!
― Es malo
mentir padre está pecando. Frank mis sistemas detectaron a otra persona.
― ¡Un
policía nunca dañaría a un inocente!― expresó horrorizado.
― Ni somos
policías ni usted es inocente, la maquina ahora se encuentra molesta.
― ¡Espere!
¿Pero cómo es posible?, usted, usted…― balbuceó.
El activar mi traje le dejó fulminado, estaba convencido de que
Rikembaker era una máquina.
― Va de
retro ¡Demonios!
― Deje el
teatro cura, Rikembaker ponlo a unos ocho metros de la puerta, es hora de
recordarle que no es buena idea jugar con fuego. Padre permitame sus llaves.
― ¿Para qué?
Con semejante indumentaria hasta de un soplo la puedes echar abajo.
Después de echarla abajo una intensa llamarada salió disparada en nuestra dirección, el
bautismo del fuego se hizo presente, mi compañero se adelantó en el último
momento y también obtuvo su parte. Si alguna vez estuvimos sucios o contaminados, producto de
las andanzas anteriores, todo ello había sido expiado, el esterilizante fuego reparó nuestras deterioradas armaduras cuando
nos atravesó, invitándonos a tomar una nueva oportunidad.
El cura había tenido su merecido, y aunque solo se le rostizó un poco su
sotana y las pestañas, se encontraba totalmente destruido.
―¡El fuego
no les hizo daño! ¡En verdad son demonios! La pagarán caro por irrespetar este
lugar santo.
―Todos y
cada uno de nosotros la estamos pagando caro desde el inicio de los tiempos, aquí el
religioso es usted, debe saberlo mejor que nadie―le dije antes de marcharnos.
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